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jueves, 1 de marzo de 2012

LEYENDAS RURALES : MINAS DE ORO

El testigo de Minas de Oro

No pudieron contener la risa y en ese momento tembló la tierra y aquel cofre se hundió hasta que el hoyo quedó cubierto de tierra

San Pedro Sula, Honduras 05.03.2010 
Jorge Montenegro

Minas de Oro es una de las comunidades más bellas del departamento de Comayagua por sus colinas, el agua que por ahí pasa y la amabilidad que caracteriza a las personas que ahí viven. Lucinda era el foco de atención de los muchachos, siempre bella con sus verdes ojos y sus cabellos castaños que llegaban hasta sus hombros con un deje de coquetería. Acostumbraba a salir de paseo en un hermoso caballo que don Pedro, su padre, le había regalado en sus cumpleaños; era una verdadera amazona para montar a pelo. A pesar de su belleza, don Pedro le había heredado un carácter fuerte que la hacía más atractiva para sus admiradores. 

Cuando Lucinda cabalgaba luciendo más bella que nunca, se alejó del pueblo sin darse cuenta, una bandada de codornices que estaba en medio del camino salió volando colocándose en las ramas secas de un árbol. Al pasar ella, les dijo: “No teman, no les haré daño”.
 

De pronto se dio cuenta de que estaba lejos de las Minas de Oro por el camino que conduce a Esquías; la tarde se asomaba tímidamente detrás de las montañas, como dándole tiempo a la hermosa joven de llegar a su casa. Salió en veloz carrera como solamente ella podía hacerlo, las codornices volaron asustadas y se perdieron entre los árboles cercanos, buscando un sitio donde dormir.
 

Un kilómetro antes de llegar al pueblo aminoró la velocidad de su corcel al ver que se acercaba en dirección contraria un hombre que cargaba un baúl. Detuvo el noble animal y le dijo:
 

-¿Necesita ayuda, señor?
El hombre levantó el ala de su sombrero y le dijo:
 

-No señorita, muchas gracias. Soy un viejo trabajador de la mina que se cerró hace muchos años, voy para esa casita del cerro y llevo un gran tesoro que dejaré escondido.
 

La muchacha pensó que era un loco del que había oído hablar, decía la gente que por los caminos lo encontraban con el baúl en el lomo hablando del tesoro.
 

-Tome -le dijo el hombre- en ese papel están las instrucciones para encontrar el tesoro. Es mi ultima voluntad, pienso que sólo usted podrá encontrarlo. Ahhh, y váyase, ya que está oscureciendo.
Lucinda llegó a su casa y le contó a sus papás y a sus hermanos del encuentro con aquel hombre.
 

-Ya sé quién es -dijo el papá-. Muchos vecinos lo han encontrado, dicen que quedó loco en un derrumbe que hubo en la vieja mina. Pobrecito, vive en una casita que ya está cayendo, nunca viene al pueblo, anda por las orillas. -Había escuchado de él -dijo Lucinda-, pero hasta hoy lo veo. Me dio este papel y me dijo que era su última voluntad que yo encontrara el tesoro, además, aquí dice que no hay que hacer ningún ruido porque el tesoro desaparecerá.
 

-¿Te das cuenta cómo está de loco, Lucy? -dijo la mamá-. Quién sabe cuántos papeles de esos ha repartido a todo el que encuentre en el camino. Todos se rieron y Lucy comentó finalmente:
-¿Y si es cierto lo del tesoro?
 

Todos callaron y la quedaron viendo. Se aproximaban las fiestas patrias cuando se produjo la noticia. Encontraron muerto al viejo minero que cargaba un baúl vacío, personas piadosas le hicieron un improvisado ataúd de pino y lo llevaron al cementerio junto a su viejo baúl.
 

Lucy y sus hermanos asistieron al sepelio y depositaron flores frescas sobre la tumba. Seis meses más tarde Lucy estaba revisando sus cosas cuando encontró el arrugado papel del tesoro. Lo estudió detenidamente y pensó: “¿Y si el tesoro existe? Voy a plantearle a mis hermanos el asunto a lo mejor encuentran algo”.
 

Reunió a sus hermanos y acordaron ir en busca del tesoro a la pequeña casa de la montaña donde habitaba aquel desventurado minero, le comunicaron a sus padres la idea y la doña se rió.
 

-¡Qué ideas más descabelladas la de ustedes! Ese era un pobre loquito, pero allá ustedes, no los vamos a detener. ¿Y tú Lucy los vas a acompañar?
 

La muchacha manifestó:
-No mamá, ellos van a ir, yo voy a esperar a que me den mi parte. Todos se rieron, pero nadie los hizo cambiar de opinión, todos irían en busca del famoso tesoro.
 

Al siguiente día los cinco hermanos varones de Lucy llegaron a la casa del minero y comenzaron a buscar por todas partes. Uno de ellos dio el aviso:
 

-Aquí hay algo, suena hueco.
Quitaron una tapa de madera y con la luz del sol que se filtraba por el techo vieron un cofre y sobre el cofre, unos viejos calcetines.
-Miren, un par de calcetines jucos, ja, ja ja, ja, ja, ja.
 

No pudieron contener la risa y en ese momento tembló la tierra y aquel cofre se hundió hasta que el hoyo quedó cubierto de tierra. Se había cumplido la advertencia de no hacer ruido, el tesoro desapareció, los hermanos se culparon unos con otros y llegaron contando lo sucedido.
 

-Nos dio un ataque de risa a todos y nos quedamos sin nada.
Hasta ese momento los papás de Lucy se dieron cuenta de que el minero no mentía.
 

Todo estaba tranquilo en Minas de Oro, nadie vio pasar por el pueblo a la linda Lucy que montada en su caballo se fue por la carretera a Esquías. Llegó a la casita del minero y alumbrando con un foco de mano buscó en el sitio indicado por sus hermanos y sacó el tesoro. El dinero y el oro los echó en unos costales que con mucha dificultad logró abrir en su caballo y emprendió el camino de regreso. La luz de la luna iluminaba el camino, el caballo se detuvo, en dirección contraria venía el muerto:
 

-Gracias por escuchar mi voz en sus sueños, niña, sólo un alma limpia y pura podría sacarme de penas en la hora de mi muerte.
Acto seguido, el fantasma se esfumó. Lucy compartió el tesoro con su familia y mandaron a oficiar misas por el alma del minero.

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